Voy a recorrer un mundo incierto, recostado en mis sueños. Con el alma descubierta, explorar rumbos secretos” (Federico Moura).

A Daniel Vita y a Pablo Donato.

Era una mañana cualquiera, de sol y cielo sin nubes en Villa Maipú. Una mañana con entrenamiento para público y prensa en el templo funebrero. Jaime Labiano se hallaba presente, y se entretuvo charlando con el hombre que cuidaba el estadio. Ese hombre se llamaba Daniel, era un hombre canoso, morocho y retacón, de ancha sonrisa. Jaime le elogió el estado del césped y los avances en la tribuna visitante…

De pronto, Jaime quedó en silencio, como tildado, mirando al horizonte donde se confundian el cielo sin nubes, los rayos del sol y la tribuna a medio construir. Daniel le preguntó si estaba bien, y Jaime, con tono enigmático, le dijo: “Cuando me llegue la hora, quiero que me pongan acá en el césped…”. Daniel pensó que estaba loco, pero no hizo preguntas.

Justo pasaba Pepe con su sonrisa habitual, y le preguntó a Jaime si no quería estar en el programa y en el próximo partido como invitado en la cabina de la radio. Jaime sonrió y le dijo que si, que era un honor estar en el programa que el seguía hacía más de 40 años… Pepe dijo que era “la nueva adquisición del programa de la gente…”.

Un tiempo después, Jaime se encontraba en la cabina del estadio, feliz de ser parte de la audición radial. Junto a él se encontraban Pepe, Palito, Buby, Miguel, el Fantasma, el Puma y otros funebreros como él. Buby daba las estadísticas de los equipos y de la terna arbitral, Palito hacía apreciaciones, Miguel las formaciones iniciales. Pepe le pidió a Jaime que salude a los radioescuchas. Jaime accedió y saludó al aire. Todo pintaba bien, pero a los pocos minutos, Jaime se desplomó…

“Realmente no sé donde estoy. Me siento como en un gran espacio sin tiempo ni lugar. Me parece volver a ver a todos mis familiares, amigos y compañeros que se fueron antes que yo. Y ahora los vuelvo a ver… Veo a mi compañero que desapareció en la dictadura, lo contemplo destrozado. A mi amigo de Cabuli, que también se había ido, mirá donde lo vuelvo a encontrar… Y por allá está, nada menos que el Gordo Tomassone, siempre sufriendo por el Tricolor. Seguís sufriendo acá, Norberto? Y Quique, como siempre con su cámara, sacando fotos todavía… Y allí están Campana. Busico, Isaac López, Jaime Coll… Jaime, pensar que yo me llamo como usted… Y qué encuentro: a tres campeones, al Beto Poncio, el Nene Gómez y el Tanque Neumann… gracias campeones!!! Pensar que los alentaba cuando tenía 12 años, gracias por darme una de las alegrías más grandes de mi vida… gracias campeones!!! Ahora, que lo pienso, puedo ver allá abajo, y veo al estadio funebrero. Lo puedo ver sin necesidad de imagen satelital… porque siempre alentaré al Funebrero donde quiera que esté…”

… Jaime seguía desplomado en el piso, el Fantasma salió corriendo a buscara Ramiro, el médico del plantel. Miguel, Pepe, Palito y Buby lo rodeaban. Se dieron cuenta que ya no había nada que hacer. Palito lo tomó de la mano y musitó una oración mirando al cielo, Pepe le cerró los ojos (como Jon Voight a Dustin Hoffman) y le dio un beso en la frente. Buby se sacó la gorra y se la calzó a Jaime como tributo. Miguel tomó el micrófono y dijo al aire: – Ha muerto Jaime, un funebrero de ley… y luego hubo un silencio en la onda de radio…

Pocos días después, hubo gestiones logradas ante un RR.PP del club, de ilustra familia chacaritense y cuyo nombre era Pablo. Fue justamente él quien intercedió ante la CD por los familiares de Jaime, y allí estaban en el estadio vacío justamente ellos con otros funebreros como él. Iban a realizar un homenaje consistente en esparcir sus cenizas por la cancha. Estaban allí Pepe, Buby, Palito, Miguel, el Fantasma, el Puma, el Perro, Martín, Dieguillo y otros. Daniel, el hombre del estadio, y un sobrino de Jaime abrieron la urna y esparcieron sus cenizas, que se mezclaron con el verde césped y los rayos luminosos del sol del mediodía… Desde aquel día, en el estudio de la radio, hay una silla vacía, una silla que nadie se atreve a tocar y mucho menos a usar…

JOSE GALOPPO