Pepe querido, espero leas este correo antes del día del padre, y publiques este cuento. es la historia de como me descubrí hincha de Chaca. tenia siete años, y todavía recuerdo todo lo que sentí ese día. El partido fue aquel en el que Chaca perdió 4 a 3 en la bombonera, después de haber ido ganando 3 a 1. En mi memoria solo tengo grabado que Chaca ganaba y boca lo dio vuelta, por lo que el detalle de los goles y el abultado escore los omití, ya que no estaban en mi memoria. El señor Piro, historiador y recopilador de documentos de Chaca, me dio los datos de aquella histórica y dolorosa derrota en la bombonera. Omití los detalles de los goles, por que lo que quise contar no es la historia de aquel partido, sino lo que me ocurrió a mi esa noche; los sentimientos que se despertaron en mi corazòn, y de que manera el amor de un padre puede marcarnos la vida para siempre.
La manera en que lo redacté está basada en un cuento de Eduardo Sacheri, (el cuadro de Raulito) y la razón es muy simple; siempre que escucho ese cuento la emoción me invade, y no puedo dejar de lagrimear, ya que el genial Eduardo, en ese cuento, ha interpretado exactamente lo que yo sentí aquella noche del año ’78.
Espero te guste. Y espero que lo publiques, como pequeño homenaje a todos los padres funebreros.
Nunca me sacó el tema, ni siquiera cuando de muy chiquito –cuatro o cinco años tendría yo- pateábamos alternativamente la pelota, en aquellas tardes soleadas, simulando un arco a arco, en los que siempre ganaba yo.
_¡Eso no fue gol! Fue “crokan”! Decía, protestando ante la falta obvia, y simulando enojo por la carcajada espontánea que mi viejo no podía contener.
Había decidido no influenciarme. Quizás por que estaba seguro de vencer, al final, a las tentaciones de los exitosos. Quizás por que no quería que fuera al revés; el dolor de ver que el hijo se le de vuelta, que abandona el amor heredado, por otro mas tentador, mas “ganador”, mas fácil de querer. La cuestión es que nunca, jamás, me habló de eso.
Imagino que no le debe haber sido fácil, sobre todo cuando los vecinos de al lado –los Gonzáles- empezaron a hacerme repetir como loro “soy de boca”, en sus propias narices.
Me acostumbré a la cantinela, sin siquiera entender de que se trataba. Que puede entender de fútbol un pibe de cuatro años! Mi viejo sonreía, y a mi me parecía que le gustaba que yo fuera bostero, que se yo, a esa edad uno no se da cuenta si una sonrisa es irónica o de real felicidad. También sonreía cuando mi tío Ernesto, su amigo de la infancia, intentaba sobornarme para convencerme de que me hiciera de river, pero esa sonrisa era mucho mas franca, la verdad, creo que se reía, al ver como fracasaba el tío una y otra vez.
Mi viejo los dejaba, con ese estoicismo tan característico de el, quizás contento de que el hijo no sufriera tanto. Que tanto descenso, tanta acusación de violentos, tanto bombeo aguantado a pie firme, tanto dolor y tan poco para festejar, quedara reservado a su persona.
Que yo no sufriera, que fuera más feliz, siendo hincha de algún grande.
Nacido en San Martín, cuarto de seis hermanos, mi viejo nació a la vida futbolera con la tricolor pintada en la piel. Mi abuelo los llevaba a la cancha en patota desde muy chicos, y se veían tercera, reserva y primera -con una entrada popular, tenía entretenida a toda la familia toda la tarde- y ni siquiera tenían que tomarse el colectivo, bastaba con atravesar el golf, y después de caminar unas cuadras, para llegar a la cancha.
Después, de muchacho, iba a la cancha con “la barra” de amigos del barrio. La vida y sus vueltas lo llevaron a instalarse -ya casado- en el partido de tigre, donde yo tengo mis raíces. La dureza de aquellos años de mi infancia, de mishiadura crónica, lo disuadió de ir a la cancha para siempre, ya que desde que tengo memoria, el viejo no se ha tomado un solo día de descanso, ni siquiera la tarde de los domingos. Por eso también, quizá, es que no me decía nada, ya que jamás pasó por su mente llevarme a ver un partido, y es por eso, también, que siempre me pareció que Tigre está a años luz de San Martín.
El caso es que yo lo sabía funebrero, pero me autoproclamaba bostero, y parecía que estaba decretado así, por decisión del destino, de la pasividad del viejo, y de los Gonzales.
Hasta aquella tarde, inolvidable y definitiva. Es el primer recuerdo que tengo de ver un partido de fútbol completo, por televisión. También se que aquel campeonato, fue el primero que tuvo partidos televisados en vivo, casi todas las fechas.
Aquél Boca – Chacarita, quedó grabado en mi memoria para siempre, con su color gris de televisor a válvula –un SIAM que ya tenía veinte años en aquel entonces, tardaba minutos en encender, asta que se calentaban las válvulas, y para sintonizarlo había que ponerle un cartoncito detrás del selector, para que quede trabado- y con el dolor y la felicidad de la revelación inobjetable.
Cuando comenzó el partido, mi postura fue de desafío, íntimamente jugaba un duelo con el viejo, que en cambio, ignorando mi condición de bostero, se concentró en seguir las acciones al detalle, cosa que a mi me costaba horrores. No recuerdo la jugada del gol de chaca, ni el desarrollo del juego en su primera etapa, pero si recuerdo que la ansiedad y el nerviosismo se fueron adueñando del estado de ánimo de papá, a medida que pasaban los minutos. Chaca ganaba uno a cero, y ese resultado lo mantenía alejado del descenso, que lo acechaba hacía varias fechas, cosa de la que yo estaba al tanto, ya que el relator y el comentarista estaban repitiéndolo a cada rato. Tampoco recuerdo si aquél gol me generó algún sentimiento, aunque sospecho que si fue así, no debe haber sido negativo, o en todo caso, habrá sido contradictorio, por que desde ese momento, los vaivenes de la acción, y las reacciones de mi viejo, cada vez mas tenso, fueron generando en mi una extraña sensación; veía con pena los esfuerzos, a veces torpes, a veces lentos, de los jugadores funebreros, y en contrapartida, la sorprendente velocidad, simpleza, e inteligencia con la que resolvían las jugadas los bosteros. Me fui dando cuenta, de a poco, de que había en la cancha un David y un Goliat, un fuerte y poderoso, y esa revelación fue la que preparó mi corazón para el maremoto que sobrevino después.
Goliat empezó a acorralar a David, que ya había tirado su piedra, y no había nockeado. El viejo estaba cada vez más nervioso, y yo me empecé a preocupar, a sentirme culpable del malestar del viejo, y a estar muy incómodo con mi posición de bostero. Casi en el final del partido, ya entrada la noche, comenzó la debacle. Boca empató el partido, y mi viejo, tenso pero silencioso asta ese momento, largó la primera puteada. Ahí yo ya sabía lo que me estaba pasando, y no me gustaba nada: Me sentía un traidor a mi sangre, el verdugo de mi propio padre, un cobarde que se escudaba en la seguridad de elegir a los poderosos-cosa que jamás en la vida me volvió a pasar, por suerte-. Boca estrechó el cerco, el relator decía a cada rato “este resultado no le sirve a Chacarita”, mi viejo cada vez mas nervioso, y los jugadores de Chaca también, asta yo me daba cuenta. Pasaron los cuarenta y cinco minutos del segundo tiempo, el referí daba alargue, ni me acuerdo por qué. Chaca se defendía como podía, e intentaba el milagro de conseguir otro gol, con las pocas luces de su juego modesto, dejando a boca la posibilidad de una contra mortal, y la contra llegó. A esa altura, yo ya formaba parte de la línea de cuatro, ya veía con angustia cada contragolpe, ya lamentaba en silencio cada ataque mal resuelto, y el nudo en la garganta se estrechaba cada vez mas.
La pelota salió rauda, en cortada, a las espaldas del cuatro, que cerró mal, y el wing la tiró al centro del área, de revés de derecha, para que el nueve la meta en el arco de cachetada, entre los dos centrales, que volvían sin marcar. La puteada de mi viejo sonó fuerte, todavía la recuerdo:
_La puta que los parió! Estos hijos de puta nos cagan siempre! Y también recuerdo que en ese momento, ya totalmente arrepentido de mi traición, me derrumbé, me caí de rodillas, sollozando como una viuda, y mi viejo, que de pronto se avivó de que yo estaba ahí, al lado suyo, tirado en el piso, me levantó, me puso en su regazo, y se olvidó del partido, de Chaca, y del descenso, y se hizo cargo de mi llanto, como si fuera él el culpable de mi dolor;
_No llores, boca no es malo, no me hagas caso!
Mi viejo pensaba que mi llanto era por su puteada, justificada hasta el hartazgo, y no se daba cuenta de que yo, ahogado en mocos y lágrimas, lo miraba a través de mis pupilas acuosas, intentando pedirle perdón a él! Perdón viejo por haberte traicionado! Ahora me doy cuenta! De una vez y para siempre, me doy cuenta! No puedo ser de otro cuadro viejo! Tu dolor y tu entereza me duelen mas que mil descensos! Cómo ser hincha de boca, como no ser de Chaca viejo! Si llevo tu sangre!